Anoche soñé que estaba de visita en Lima, que iba con Carolina al cine a ver una película de estreno, que luego iba a una reunión donde me encontraba con viejos colegas, amigos y mentores, entre ellos Juan Abugattás.
Es cierto que el viaje a Lima se realizará en apenas una semana. También que Carolina me dará el encuentro allí. Asimismo, es altamente probable que vayamos juntos al cine, por lo menos para que yo me desquite de la carencia de cines con buenas películas en Cabo Haitiano. Por último, es factible que haya una o varias reuniones con tanta gente cuya amistad y enseñanzas forjaron la más nítida versión hasta ahora existente de mí mismo (de la cual ojala quede memoria en mi tierra en vez de mi versión actual…).
Lo que ya no va a ser posible es volver a encontrar a Juanito. Juan murió hace algunas semanas. Tenía 57 años.
En mi sueño, el re-encuentro con él me daba una alegría de niño: sin reservas y sin angustia. Era el mismo Juanito de hablar pausado e ideas como saetas quien me explicaba que no le había dedicado ni tiempo ni prioridad a desmantelar la intempestiva noticia de su muerte pues todavía no tenía plena seguridad de haberle ganado la batalla a la parca.
El convite de los espíritus en Haití no tiene el carácter fúnebre de mi habitual memoria de fantasmas. Al fin de cuentas, es Baron Samedi quien me trajo a Juan…
En esta tierra de loas, los espectros anidan en corazones y mentes sin cargas de culpa, sin remordimientos, sin la cosa esa tan “judeo-cristiana” diría Juan.
Mi recuerdo onírico de Juanito, después de más de dieciséis años de haberlo conocido (la edad de Mariana) continúa aún rindiéndole un respeto mastodóntico a los argumentos de su debate frente a la tesis del “Fin de la Historia” que venía apenas de exponer Francis Fukuyama. A todos siempre nos quedó claro que él nunca se achicó frente a los debates de punta en la era de la globalización. Asumió el costo de tener que hacerlo desde la periferia y, aunque alguna vez acarició la idea de regresar a USA a luchar sus tesis desde las entrañas del dragón, se quedó en Lima a darnos lo mejor de sí –“Fue domingo en las claras orejas de mi burro,/de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)”-. ¿Cómo debatir y contradecir la premisa del argumento que me presentaba el fantasma de Juan bajo tales antecedentes?
Mi respuesta era solamente decirle que lo quise mucho. Y que lo quiso Johanna. El sonreía. Parecía comprender que yo no le planteaba una disputa intelectual y que no había entonces necesidad de debatir. Y con eso quedé en paz y desperté.
La visita a Lima sigue en pie. Pero esta mañana ruego para que, en los sueños que me quede por soñar, me visiten Néstor y Elisa mientras esté en Haití.
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